RECUERDOS EN EL DESGUACE (2 DE 2)


Ahora que lo pienso (soy un coche inteligente, con ordenador a bordo), a nosotros los utilitarios nos suelen pasar a veces más historias y aventuras que a esos que –como mi amigo Pepe- llevan una vida tan famosa y ajetreada. Aunque lo mío yo creo que es demasiado. ¡De película, vamos! Recuerdo aquel día que Ana me dejó mal aparcado pues estaba cabreada por un enorme atasco, no sabía qué hacer nada más que darle a la bocina y me estaba dejando afónico. Al rato vino un policía, oí que dijo mi nombre y algo de 300 euros. Cuando Ana regresó me estaban amarrando a una grúa y menos mal que pagó en el acto que si no me veo encerrado en la cárcel de los coches.


Un día fue el colmo. Luis me aparcó en un sitio muy oscuro, en un callejón sin salida.  Al rato se acercaron dos hombres con una especie de calcetines o medias en sus cabezas. Sin saber porqué me dejaron tuerto y con la boca hinchada. Menos mal que llegó en esos momentos mi dueño y salieron huyendo porque  lo mismo me parten el volante o cometen cualquier otra atrocidad. De regreso a casa se me estropeó el zapato izquierdo, empezó a llover y para colmo mis gafas limpiadoras de polvo y humedad me las habían roto aquellos cafres con calcetines. Mientras mi dueño llamaba por una cosa que deletreaba SOS empecé a notar un ligero calorcillo por mi cabeza. Calorcillo, sí... ¡Me quemo!...¡¡¡Socorro!!!. Por suerte, pasaron por allí unos hombres con unas cosas raras en sus cabezas (parecían  hormigas atómicas) y me dieron un buen baño. Menudo día pasé.

Otra vez la cosa ocurrió en plena autovía. Iba hacia Madrid, estaba lloviendo muchísimo y cuando pasamos Despeñaperros la tormenta cesó. En  pocos segundos me puse a 160 kms/h. Yo noté que me pasaba algo raro en el acelerador. Lo tenía como agarrotado. Mi dueño comprobó que se había atrancado y que no podía disminuir la velocidad.  Intentó reducir por todos los medios, pero nada. Hasta la llave de contacto se partió. En pocos minutos teníamos dos policías detrás que nos hacían signos de pararnos. Las marchas tampoco me funcionaban. Luis les explicaba por gestos que no podía detenerme. Como todo fallaba en mí,  con mucho valor, me desvió hacia un descampado. Un poco después fuimos a chocar contra un árbol y yo quedé hecho una pena. Ana y Paquito (que sorprendentemente no había vomitado a pesar de tantas curvas y velocidad) estaban sin un rasguño aunque tiritando de miedo. Luis sonreía y les tranquilizaba recordando su pasada época de conductor experto en rallys a los mandos de Pepe Toyota. Yo pensaba que algún día pasaría algo de esto pues mi dueño sólo me llevaba al taller cuando tenía algún percance grave y los coches –como las personas- necesitamos que de vez en cuando nos mimen y cuiden.
                                                                                      
El tiempo pasaba y yo estaba cada vez más viejecito (por culpa sobre todo del trato que me daban Luis y su mujer). Hasta el niño  empezaba ya a hacerme travesuras demasiado gordas. Yo cada vez corría menos. Decían los memos que tenía  el motor agotado.  No obstante me pintaron de nuevo, me compraron un pito nuevo y dos asientos. Yo seguía dando problemas (la edad y los sufrimientos, que no perdonan): un día el embrague, otro el radiador, la carrocería oxidada...

Lo último fue un día en que yo necesitaba comida pero Luis no se dio cuenta y cuando eran las 14,30 me desmayé de hambre. Mi dueño tuvo que andar casi dos kilómetros para traerme la comida. Al rato de irse  se acercó un hombre con una garrafa en la mano, me echó gasolina y me llevó a su casa. Cuando se bajó se dio cuenta que tenía dos juegos de llaves y se quedó pálido al ver que se había equivocado de coche. El hombre me arrancó de nuevo llevándome a donde me había cogido. Luis  estaba allí y los dos se pusieron a hablar. Resultó que el hombre se había confundido porque yo era del mismo modelo que su coche y también se había quedado sin gasolina por aquella zona. ¡Y como me había encontrado abierto y con las llaves puestas, pues eso, pensó que yo era su  coche!

Un mal día mis amos me llevaron a un cementerio de coches. Me dijeron adiós diciéndome que había sido su coche ideal y lo mucho que les había ayudado. Muchas palabritas pero me dolió que me dejaran allí pues yo no merecía eso. Entablé amistad con Pepe Toyota y desde entonces  rezamos  para que  no llegue el turno de que nos conviertan en  un bloque de chatarra y nos fundan, aunque si ocurriese tengo la esperanza de que lo hagan a la vez para que algún día volvamos juntos a ser útiles a algún ser humano. ¡Pero que no sea Luis, ni Ana ni Paquito!

0 comentarios:

Publicar un comentario